Los adolescentes, sin duda, viven la vida buscando emociones, sin pensar demasiado en el futuro inmediato, por norma gobiernan en sus acciones y esperan que otros (los adultos, sean los que impongan limites)
La adolescencia tiene un significado implícito de tránsito a la edad a adulta y que durante esta etapa las características de personalidad y evolutiva adolescente impiden en la mayoría de los casos tener responsabilidad, ser empático, carecer de conciencia social y sentir adormecimiento de los niveles de sensación de peligro, todas ellas característica que se irán ganando con la madurez.
El adolescente tradicionalmente y en casi todas las culturas, está preparado para asumir riesgos, protegido frente a la culpa de los males que causa y falto de la capacidad para ponerse en lugar del otro. Por supuesto esto no es en todos los casos, pero es una constante en las edades comprendidas entre los 12 y los 23 años, unas veces más acusadas que otras. El infante-juvenil vive la vida buscando emociones sin pensar mucho en el futuro, el presente inmediato gobierna sus acciones y siempre vive esperando que otros le pongan límites. Siempre la adolescencia fue una etapa difícil, antes iban a la guerras que a veces no eran ni suyas, se marchaban lejos a luchar por causas que nada tenían que ver con ellos, ante la mirada estupefacta de sus mayores, que por supuesto no eran tenidos en cuenta cuando ponían el grito en el cielo y les rogaban que no lo hicieran.
Debíamos plantearnos si actualmente, en la situación que vivimos no debemos pedirle al Estado mayor implicación en lo que a nuestros adolescente se refiere. Es complicado que ellos entiendan por ellos mismos, que están en peligro y que ponen a otros en más riesgo aunque el riesgo vital existe y que la situación requiere de precauciones extremas. Al adolescente no le vale con que la tele lo diga, deben ser las fuerzas de seguridad las que regulen los comportamientos prohibidos.
Pérdida de autoridad
Los padres en muchos casos han perdido la autoridad porque las voces que habitualmente contraen entre los jóvenes son de impunidad ante cualquier acción disruptiva. No pasa nada, tienen que cometer actos muy graves para ser detenidos o llamados al orden. Beben sin control y no pasa nada, fuman droga sin conciencia y no pasa nada, la venden y no pasa nada, ahí está la ley, pero para ellos es laxa. El crecimiento de las malas acciones de nuestros chicos deja un reguero importante de víctimas colaterales que en algún momento tiene que tener consecuencias.
Este momento que vivimos, es muy importante aprovechar y enseñarles que la vida tiene límites, que deben aceptar la autoridad de sus mayores, que las fuerzas de seguridad mandan más que nunca porque la situación lo requiere por peligrosa.
Propongamos esta etapa en casa, con tranquilidad y sin pedirles lo que últimamente se ve por las redes, un día intenso de acciones interminables para mantenerse saludable física y psíquicamente con el estrés de vida mayor aún que en nuestra cotidianidad sin coronavirus. Dejemos que los adolescentes se tumben, vean películas, jueguen a sus juegos digitales, vean su móvil y realicen todas las llamadas que quieran, durante esta primera etapa de inicio de esta reclusión social. Dejemos que vayan aclimatando a estar en casa y hasta que lo disfruten y más tarde, cuando el aislamiento vaya pesando, habrá tiempo de proponer otras rutinas que acojan con éxito porque están hartos de vivir así. Todo se hace rutina cuando se permite.
En este momento hay adolescentes sacando al perro, con tal de salir un ratito, cuando sacar al perro era una tarea imposible. Piden ir a la compra o ir a ver a los abuelos porque no soportan estar encerrados. Ahora hay que comprenderlos. La impulsividad les impide estar tranquilos, no saben vivir en esta rutina, no lo han hecho nunca, no lo hemos hecho nunca.
Los padres debemos ser comprensivos y no añadir demasiado leña a esta etapa donde todos estamos obligados a estar juntos, nerviosos por el futuro inmediato y expectantes. Hay que ir entrando en rutinas poco a poco para no crear enfrentamientos innecesarios y siempre advertir al adolescente de lo que ha de hacer mañana, no en el minuto siguiente según se levante de la cama.
Necesitan que las consignas sean claras, por ejemplo, a partir de mañana no podrás jugar al ordenador o ver películas si no has recogido tu cuarto antes, darle la consigna repetidas veces hasta que llegue el momento y por supuesto cumplirlo aunque haya que llamar a la guardia civil para que no lo tenga el premio. No deberá tener ordenador si no ha cumplido. Sin gritos y sin malas formas. Solo así se llegará al éxito de la convivencia, respetando y siendo respetado a la vez que entendemos lo que tenemos entre manos.
Adolescentes que se encierran horas en su cuarto con el móvil, que confiesan alterados a sus padres que fuman y necesitan fumar, que se visten para dar una vuelta prohibida. El confinamiento complica la convivencia de muchas familias y los expertos advierten: toca a los padres ejercer de adultos.
«Las dificultades cotidianas se van a ver amplificadas al estar todos recluidos en una espacio reducido y las 24 horas», asume Gregorio Gullón, terapeuta y mediador familiar de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF) acostumbrado a lidiar con los problemas de familias con hijos adolescentes.
En una mediación trabaja con todos los miembros de la familia, pero en la situación excepcional derivada de la pandemia de coronavirus la mayoría de sus consejos están dirigidos a los padres.
«Como los adultos, los chicos van a vivir esta situación con ansiedad, con incertidumbre, y muchas veces estos sentimientos los van a expresar a través de enfados, ira o rabia. Es importante que los padres y las madres seamos capaces de ver todo el malestar que hay detrás de esas conductas para que puedan apoyarse en nosotros», explica a Efe.
«Nosotros somos los adultos y debemos ejercer como tales. Si nos ven con mucha ansiedad o desesperación, los chicos no se van acercar a nosotros para apoyarse», agrega.
Gullón cree conveniente mantener rutinas y reglas, como horarios para levantarse y acostarse, tiempos marcados para seguir las clases y hacer deberes o la obligación de asearse y vestirse, pero reconoce también la necesidad de cierta flexibilidad.
Los adolescentes, apunta, están construyendo su identidad y necesitan espacios de intimidad y soledad, por lo que su encierro en la habitación no debe ser visto como un rechazo, señala como ejemplo.
«Para un adolescente el grupo de amigos es fundamental; viven en un momento evolutivo en el que transfieren las figuras de apego de los padres a los amigos y el único medio que van a tener ahora para relacionarse son las redes sociales, las nuevas tecnologías. Ahí se puede ser algo más flexible, lo que no significa barra libre de pantallas, que acrecienta la ansiedad», añade.
A pesar de los problemas, tiene claro que el confinamiento puede abrir también una ventana para construir una nueva relación con los hijos: «Se va a disponer de un tiempo que normalmente no permiten las obligaciones del día a día; es una oportunidad para compartir y hablar de temas que pueden interesarles a ellos, no solo de las preocupaciones por los estudios o los amigos«.
¿Y cómo actuar cuando un hijo se dirige a la puerta para salir a la calle, cuando no puede? Gullón reconocen que habrá momentos de enfrentamiento.
«Los adolescentes se creen invulnerables y en ocasiones necesitan trasgredir los límites, pero deben entender que el confinamiento no es una imposición de los padres y no es negociable. Hay que explicarles que son partícipes de algo más grande, que es una lucha de toda la sociedad», apunta.
Marc Masip, director del Instituto Psicológico Desconect@ de Barcelona, coincide en que en ocasiones no será posible evitar el conflicto.
A su juicio, esta situación es sin embargo también una oportunidad para que los padres asuman la olvidada misión de educar y para que los adolescentes aprendan a «tolerar la frustración, a gestionar sus emociones, a comprender que no todo se puede tener ya».
«Es una oportunidad de aprendizaje única. Es también el momento para que los adolescentes aprendan a aburrirse», destaca a Efe este psicólogo experto en el tratamiento de adicciones a las nuevas tecnologías y transtornos de conducta.
Tras haber tratado a muchos adolescentes con graves adicciones, rechaza hablar de flexibilizar reglas por la circunstancia excepcional del confinamiento, sobre todo en el acceso a las nuevas tecnología y los videojuegos, y lanza un claro mensaje a los padres: «sin aire libre, sin amigos, sin intimidad, sin deporte muchos adolescentes son una bomba de relojería, pero no es excusa para que no poner reglas».
Como Gullón, es partidario de establecer rutinas en casa, pero defiende también pautas tecnológicas estrictas, pero «de puro sentido común».
Apuesta así por retirar los móviles durante el trabajo escolar y durante la noche, evitar las noticias, controlar los chats para no retroalimentarse con malas informaciones, conectarse en espacios comunes, limitar los videojuegos, mantener videoconferencias con amigos y familiares, ver televisión en compañía y leer libros en papel.
Si en condiciones normales, cuando cada uno se ocupa en sus rutinas y se puede salir a la calle, dos de las frases más repetidas por los padres de hijos adolescentes son “es agotador” y “no puedo más”, ¿qué dirán ahora que unos y otros llevan encerrados juntos, las 24 horas del día, tres semanas? Si los conflictos con el hijo adolescente se consideran inherentes a esta fase del desarrollo, ¿cómo sobrellevar bien esta convivencia intensa a que obliga en confinamiento?
Javier Elzo, sociólogo que durante décadas ha analizado las relaciones de los jóvenes y las familias, asegura que no hay receta fácil ni mucho menos única. En primer lugar, “porque hay jóvenes y jóvenes, familias y familias, y circunstancias de lo más diversas; no es igual estar confinados en un piso de 200 metros cuadrados donde cada uno tienen su habitación que convivir cinco personas en 60 metros”.
Pero además, explica Elzo, es que las soluciones más razonables para reducir la conflictividad con los adolescentes, que serían salir a correr, a desgastar energía, y mantener ocupado el día con obligaciones académicas, no dependen de las familias. “En otros países dejan salir a correr, y eso cambia mucho la situación y el ánimo de los jóvenes, pero aquí no está permitido; y la opción de reproducir la escuela en casa, de ocupar a los adolescentes en disciplinas académicas, no es cosa de los padres, depende de los centros docentes”, justifica el sociólogo.
Con todo, sí hay pautas –como el método del semáforo, que se explica más abajo– que pueden contribuir a facilitar la convivencia entre padres e hijos adolescentes, a mejorar el clima familiar, e incluso a reformular las relaciones y a descubrir al hombre o la mujer en desarrollo que hay detrás de cada adolescente, algo que –según los psicólogos y educadores acostumbrados a tratar con ellos–, puede sorprender en positivo a muchos padres e incluso hacerles más divertido y feliz el confinamiento.
1. Escucharlos
“Hemos de tener en cuenta cómo miramos y qué esperamos de los adolescentes; si los miro como que son vagos y hedonistas… los voy a tratar así; pero hay que escucharlos y darles voz para saber qué sienten, qué piensan, cómo ven la situación… Sus análisis pueden ayudar a la familia”, afirma la pedagoga experta en educación emocional Eva Bach, autora entre otros de Adolescentes, “qué maravilla” (Plataforma), y ponente del EmocionaTour de EduCaixa y La Granja. Y enfatiza que los adolescentes son muy lúcidos y divertidos, de modo que si los padres, en lugar de aleccionarlos, les dan voz propia en la familia, les pueden dar otra perspectiva de la situación y del confinamiento.
“Si los padres, en lugar de aleccionarlos, les dan voz propia, verán que son lúcidos y divertidos”
En esta línea, Cristina García Van Nood, psicóloga y coordinadora de servicios clínicos de la plataforma ifeel, comenta que, para reducir los conflictos entre padres e hijos adolescentes, es importante anticiparse y mostrarse comprensivo y facilitador. “Podemos preguntarle, por ejemplo, qué necesita para que sea más fácil sobrellevar” el encierro y la convivencia, y si pide conectarse con amigos, momentos de intimidad, buscar alternativas en la organización doméstica para facilitárselo.
2. Darles espacio, a puerta cerrada
“A diferencia de los niños pequeños, que quieren interactuar con los padres, que buscan contacto, los adolescentes necesitan un espacio exclusivo para ellos, y favorece mucho la convivencia entender eso y respetarlo, dejarles el espacio y la soledad que necesitan”, explica García.
Bach enfatiza que, en realidad, nadie puede aguantar bien todo el día con las mismas personas y haciendo todo juntos, de modo que aconseja que durante el confinamiento haya ratos en que cada miembro de la familia –y por supuesto el adolescente– haga lo que le venga en gana “y a puerta cerrada, sin público, sin nadie que vigile ni diga nada sobre ello”.
3. Revisar normas y obligaciones
Igual que no es bueno estar todo el día juntos, tampoco lo es estar todo el día encerrado, cada uno en su espacio. Por eso los especialistas consultados plantean que hay que poner límites y normas, repartir tareas y espacios comunes para que todo el mundo contribuya al bienestar de los otros, limitar el uso de pantallas…
“La rutina ha cambiado y estamos conviviendo 24 horas, de modo que hemos de revisar las normas, explícitas o no, que funcionan en casa, porque el reparto de obligaciones que funciona normalmente quizá ahora no es justo o adecuado”, advierte García. Y subraya que se trata de “renegociar” las obligaciones de cada uno –adultos y niños o jóvenes– con la vista puesta en que la convivencia funcione, en anticiparnos para evitar conflictos innecesarios.
Anticiparse
“La rutina ha cambiado y hemos de revisar las normas y el reparto de obligaciones para evitar conflictos innecesarios”
Destaca que también hay muchos adolescentes que en esta situación de excepcionalidad están asumiendo más responsabilidades en el ámbito doméstico, se muestran más activos y colaboradores y de motu propio se encargan,por ejemplo, de preparar la comida.
3. Conversar y buscar interacciones agradables
La psicóloga de ifeel alerta, no obstante, que la relación con el hijo o hijos adolescentes no puede limitarse a la retahíla de obligaciones. “Las dinámicas familiares están inundadas de quejas, de dirigirse a ellos para hablar de las rutinas, de por qué no ha hecho los deberes o recogido su cuarto… Y hemos de encontrar espacios de interacción positiva, de jugar a algo, de hacer alguna actividad divertida juntos…”, apunta.
Bach agrega que, además de escuchar a los hijos, “hemos de poder conversar y relacionarlos con ellos de otra forma”. Y si no se está muy acostumbrado, una buena forma de iniciar conversación es preguntarles si tienen algún sueño, qué proyecto les gustaría llevar a cabo en el futuro, qué pasos pueden dar ahora para ello…
4. Convertirles en maestros
En línea con ese ver el confinamiento como una oportunidad de relacionarse de forma diferente con los hijos, Bach destaca que se puede aprovechar para aprender de ellos y con ellos nuevas habilidades en las que los adolescentes son muy buenos, como las tecnológicas, el uso de aplicaciones, redes sociales…
“Podemos convertirlos en maestros nuestros, aprovechar para que nos enseñen, que nos recomienden series y verlas o comentarlas juntos, que nos compartan vídeos y publicaciones de risa en las que son expertos… y contagiarnos de esa vitalidad y buen humor adolescentes”, detalla.
5. Controlar las propias emociones
Otra de las recomendaciones de educadores y psicólogos para mejorar la convivencia con adolescentes es controlar las propias emociones. “A veces somos adultos por edad pero no emocionalmente, y quizá nos dejamos llevar por nuestro miedo, angustia, impotencia… Y las emociones se contagian al resto de personas que hay en casa y se enrarece el clima general”, reflexiona Eva Bach.
Por ello aconsejan no dejarse llevar por esos instintos primarios, limitar las horas y momentos del día en que nos informamos sobre lo que está pasando para no inundarnos constantemente de noticias negativas o sobre el coronavirus. “Si recalcamos solo mensajes negativos nos va a perjudicar, porque entramos en bucle, y nuestro sistema inmunitario también se debilita si estamos todo el tiempo con pensamientos desagradables”, advierte.
Las emociones se contagian: si uno se deja llevar por el miedo y la angustia, se enrarece el clima
Añade que es un buen momento para aprender a gestionar nuestro tiempo “desde dentro y para encontrarnos con nosotros mismos”, y aconseja dedicar un momento del día a valorar qué ha habido de bueno en él, qué hemos descubierto que normalmente nos pasa desapercibido… “Esto calma y da serenidad”, y eso ayuda a llevar mejor la convivencia y a asumir con más tranquilidad los conflictos que puedan surgir.
6. Sopesar las batallas
Uno de los dilemas que se plantean muchos padres estos días de confinamiento es si endurecer o aflojar las reglas, si en circunstancias excepcionales de convivencia es mejor ser estricto o más laxo. La psicóloga Cristina García aconseja sopesar cada caso y elegir las batallas que se lidian.
“Si sabemos que la exigencia de una norma va a provocar discusiones, hemos de valorar si esa discusión va a favorecer la convivencia o no”, comenta. En el caso del uso del móvil y otras pantallas, que es motivo frecuente de bronca entre padres y adolescentes, aconseja pautar los tiempos para evitar conflictos. Considera que se puede ser más laxo y flexible en los horarios y tiempo de uso de las pantallas, puesto que se está más en casa, pero estableciendo límites, para que sea un uso controlado.
7. Semáforo rojo en caso de conflicto
Sea como sea, si en la convivencia normal ya saltan chispas y los conflictos con los adolescentes son habituales, hay que aceptar que ahora es fácil que aparezcan incluso con más frecuencia, teniendo en cuenta que todo el mundo está sometido a más estrés, miedo, ansiedad… y eso puede provocar que se reaccione con más enfado y rabia.
Por ello, además de intentar gestionar las emociones y anticiparse a las situaciones que puedan suscitar conflicto, es importante tomar conciencia de cuál es la mejor manera de afrontarlos, con qué actitud deben encararse.
“Cuando haya un conflicto, en vez de actuar desde la rabia y el enfado, debemos dar espacio, dejar que el adolescente se aísle en una habitación para calmar su impulsividad o, en todo caso, alejarse de él para evitar discutir desde la rabia; luego, una vez calmados, volvemos a abordar y resolver lo que haya motivado el conflicto”, aconseja García.
Eva Bach propone aplicar el método del semáforo, y consensuarlo con el adolescente para ayudarse mutuamente en la regulación emocional. En caso de conflicto, “cuando uno se da cuenta de que está alterado, hemos de poner el semáforo en luz roja, que significa párate, no sigas, vamos a dejarlo, vamos a tomarnos un tiempo de pausa para recomponernos; es el tiempo entonces del semáforo ámbar, de hacer las cosas que nos ayudan a tranquilizarnos: desahogarnos con amigos, respirar, hacer ejercicio, ponernos una canción que nos de buen rollo…; cuando estemos calmados podemos poner el semáforo verde y volver a encontrarnos” , detalla la pedagoga.